Esculturas

Arlequín, rombos

Goloso, tragón, comilón, grácil, lascivo, sensual, sutil, diestro unas veces tosco e ingenioso y otras basto, hábil y raramente torpe, bufón, obseso, escamoteador, pícaro, malicioso alegre, malabarista, a veces escalofriante y siempre insolente, Arlequín hace cabriolas, da brincos, piruetas y volteretas, bromea, hace rabiar, burla, es astuto, engaña, hace muecas, imita.

A veces, es plural. Es dos. Interpreta dos papeles, a veces para dos patrones; Carlo Goldoni publicó en 1748 Arlequín, servidor de dos patrones (Servitore di due padroni). A veces tosco y grosero, Arlequín se metamorfosea, se hace más sociable, se forma, se adorna. Marivaux describe a Arlequín pulido por el amor (1720). Astuto, ladronzuelo, roba del Hada que ama su varita mágica y se casa con Silvia, una pastora.

Arlequín es un pasador, un contrabandista. Cruza fronteras: las de los bastidores y los de la escena, las del infierno y las de la tierra. Nómada, recorre diferentes lugares.

Según algunos historiadores de las mascaradas, se llamaba a un diablo, en cuentos o en Misterios del siglo XI, Harlequin, Herlequin, Hellequin, un demonio del Infierno (The Hell)… Conocidas en toda Europa, las cacerías fantásticas recorren los bosques o las regiones del aire: la Caza a Ankin (Maine), la Caza a Hannequin (Anjou), la Caza a Hennequin (Normandía), la Caza a Helquin (Anjou), la Caza a Hèletchien (Baja Normandía), Mesnie Helquin o Herlequin (Normandía); atraviesa las nubes en medio de gritos agudos y prolongados, acompañada por perros alados; a veces, va a buscar a los moribundos o los condenados… La palabra podría también tener como origen Erlenkönig, trasgo de la mitología germánica: el rey de los elfos, o sería un “Hoelenkind”, un niño infernal. En el Infierno (cap. XXX) de Dante se encuentra el diablo Alichino.

Arlequín tiene a veces la cara ennegrecida por el hollín o lleva una máscara negra de cuero o terciopelo. A veces, tiene dos pequeños cuernos puntiagudos y triangulares. Se puede apreciar su boca un poco gruñona, un poco irónica y voluptuosa.

Según Jean Starobinski (Portrait de l’artiste en saltimbanque, Skira, 1970), los Arlequines de Picasso, de Apollinaire (y también, más tarde, de Olga Luna) están vinculados al reino de la muerte. Picasso pintó La muerte de Arlequín (1905), o grabó a un Arlequín sosteniendo una calavera. Los Arlequines estarían cerca de Hermes, el dios que cruzó las puertas del otro mundo, que conduce las almas en los dominios subterráneos, que enseña secretos alquímicos, que roba y miente, astuto, que inventa pesos y medidas y ciertos instrumentos musicales.

En un texto de Guillaume Apollinaire sobre obras de Picasso (1905), “los Arlequines viven bajo los oropeles cuando la pintura recoge, calienta o blanquea sus colores”. Para él, los Arlequines andróginos “acompañan la gloria de las mujeres; se les parecen, ni machos, ni hembras”. En Alcohols (1913), Apollinaire dedica a Marie Laurencin “Crepuscule”. Une la desnudez, la muerte y el agua: “Rozada por las sombras de los muertos / Sobre la hierba donde el día muda / La arlequina quedó desnuda / Y en el estanque mira su cuerpo”. Une el poder y la melancolía: “El enano mira con tristeza / Crecer al Arlequín trimegisto.” Picasso muestra rombos, a veces en parte difuminados, de un traje de Arlequín regalado por Cocteau.

En las Fêtes galantes (1869), Verlaine menciona a Arlequín, seductor socarrón: “Este ganapán de Arlequín combina / El rapto de Colombine / Y da cuatro piruetas”. O describe “Arlequín también, / Este estafador tan / Caprichoso / Con trajes disparatados, / Y sus ojos brillando bajo / Su máscara”.

Una de las obras de Olga Luna es una inmensa pared de rostros de tierra roja o de cenizas negras, una pared de caras a la vez inquietas y angustiosas, un parapeto de almas viajeras. Y sus ojos brillan.

O incluso, la artista pinta, pliega y esculpe rombos, estrellas, triángulos, prismas, cristales, puntas de diamante. El traje y el alma de los Arlequines son heterogéneos, abigarrados, disparatados. Son el emblema de la pintura policroma.

En un extraño quiasmo de las líneas, las pasiones y los sueños se entrecruzan, se atraviesan, se entrelazan, se trenzan, se entretejen, conspiran.

Gilbert Lascault

2000